lunes, 9 de diciembre de 2019

La portera

Once de noviembre de 2019, lunes.
He consultado el santoral y al parecer hoy es el día de San Paciente. ¿Será el patrón de los que esperan en una lista para ser operados del menisco? San Paciente, mira, me ha dado la risa floja. Últimamente noto que vivo en el límite de muchas cosas. 
El límite de la solvencia. La hipoteca, los gastos fijos, los imprevistos, las ocasiones especiales… por mucho que me esfuerce en estirar el sueldo siempre acabo gastando más de lo que cobro. No sé cómo lo hago. Después mi hija me dice que no tiene pantalones y cuando la miro a los ojos no sé qué decir. 
Estoy, también, al límite de mi peso. La doctora me dijo en la última revisión que si gano un par de kilos dejaré el sobrepeso para caer a la ciénaga de la obesidad. Obesa, me repetí para ver si me entraba en la cabeza, seré obesa y moriré de un ataque al corazón. Somos un número en la gran estadística. 
Lo he intentado todo: dietas, ejercicio, yoga. Hasta hago Mindfulness en los pasillos del Carrefour para que la atención plena me ayude a elegir la compra semanal con prudencia. Yogures light, pechuga, lechuga. Respiro, noto el peso de mi cuerpo apoyado sobre las plantas de mis pies, me balanceo atrás, adelante, atrás, adelante y respiro. Aquí y ahora, como pone en el libro que me compré por Amazon. Pero después de tanta contención dejo la compra en el coche y me meto en el Mac Donald´s. A tomar por saco. Como me da vergüenza que la gente me vea comer, pido en el coche y engullo tranquila el menú XL en la parte más alejada del aparcamiento. Mientras como, siento bastante placer. Cuando termino, solo siento vergüenza.
Hoy es mi puñetero cumpleaños. Cumplo treinta y nueve. Sé que nadie se acordará de felicitarme, lo sé, lo sé, lo sé. Y me digo Aurora: ¿quién coño se va a acordar de ti? ¿A quién narices le importas? Antes era distinto, cuando tenía Facebook digo, cuando al menos me llegaban todas esas felicitaciones de gente que no ves nunca con iconos de corazones que vuelan hasta el cielo de la pantalla, pero me lo quité. Me di de baja de Facebook cuando falleció la abuela y vi que mis primas ponían una foto de su mano muerta con frases plañideras. Hijas de puta, pensé. Hijas de la gran puta. 
Cuando pienso en mi edad sé que quisiera tener otro hijo. Pero sin pareja y con los gorda que estoy, lo tengo crudo, a ver. Entre los michelines y mi asco por las peluquerías, qué desastre de verdad. Llevo un pelo… Pero es que no puedo con los ambientes cotillas. ¿Existirá en España alguna peluquería donde el sonido de secadores no se mezcle con los cuarenta principales? Y todas allí con el pelo pegado a la cabeza por el tinte y unas caras… Qué horror, de verdad. Cuánta fealdad hay en el mundo.
Pregunté por la inseminación en la Seguridad Social, pero al parecer si ya tienes un hijo no te entra. He visto que hay una clínica suiza que te envía el semen congelado y te lo metes tú con una jeringuilla, pero son 800 euros. Así que, nada, imposible. Aquí me quedo yo hasta que sean las ocho y pueda volver a casa con mi hija. Cenaremos algo rico. Hoy sí. Hoy a la ensalada le van a dar por ahí. Y un par de cervezas, también. Vamos, como está mandado.
Pero eso será cuando acabe el día. Mientras tanto yo aquí. A devolverle el saludo a los señoritos poniendo buena cara. Que no veas la de veces que lo pienso: La vida pasa mientras yo estoy en esta portería, en esta finca de nuevos ricos, pedantes, pijos. La vida pasa, sí, y yo aquí sigo.

Doce de noviembre de 2019
Supongo que estoy cascada. Me duele la cabeza y hace frío en la portería. No me he quitado la chaqueta y la señora Maricarmen cuando ha bajado a sacar a la perrita me ha dicho: Si te movieras un poco se te iría el frío. Si te movieras un poco, si te movieras un poco, he pensado. Mientras le he sonreído asintiendo varias veces con la cabeza. A muchos de por aquí les encantaría verme dentro de la rueda de un hámster. Cómo molesta en este país la gente tranquila. ¿Me meto yo con alguien? 
Una vez tomé un LSD y tuve una alucinación muy desagradable, tuve la fantasía de que la lengua se me caía a pedazos y me la tragaba al masticar un cruasán relleno de chocolate. Eso es todo lo que mi mente da de sí con las sustancias psicotrópicas. Siempre me ha costado mostrar desacuerdo, por eso he acabado en este trabajo de lacaya. 
Me he puesto mortadela para almorzar y toda la portería huele a ajo. El olor me avergüenza. Solo desayuno un café y hasta que se hacen las diez y media mis tripas rugen como el león de la metro. Después cuando abro el papel de plata y miro el bocadillo no tengo paciencia. Pego unos bocados enormes y me miro en el espejo del patio y pienso que parezco una fiera salvaje comiéndose a su presa. Comer me animaliza. También tomo cacahuetes como una mona, no debería, lo sé, y una Coca-cola templada porque me la traigo de casa, que la del bar vale el triple. Mi hija quiere llevarse fruta para almorzar: manzanas, mandarinas y autoestima. Supongo que no quiere ser como su madre. 
Hoy se ha hecho una coleta muy alta y daba gusto verla tan arreglada camino del colegio. Qué responsable. Qué buena chiquilla. Y voy a dejar de pensar en ella o me echaré a llorar en plena portería. 

Miércoles 13 de noviembre de 2019.
Me ha llamado mi hermana y me ha dejado preocupada. Que van a cerrar la papelería. Ya nadie compra allí. Entre los chinos y el Amazon. Los dueños, Lucía y Manu, le han dicho que no van a poder pagarle el despido. Que están en la ruina y lo peor es que es verdad. Montar un negocio en España es arruinarse. Así que después de 12 años trabajando, lo que se suele decir, una mano delante y otra atrás. Y a ver ahora con 46 años que va a cumplir adónde va. Yo es lo que le he dicho, que yo aquí en la portería estoy muerta de frío y aburrimiento, pero es lo que hay. Ah, y poniendo buena cara y sonrisitas por la mierda de sueldo que me pagan. Explotada y sin rechistar. Ahora dicen que nos viene otra crisis. Otra. Claro. Y si no viene se la inventan. Como sacaron buena tajada de la anterior, cómo resistirse a más. La avaricia del ser humano no tiene límites. Cerdos, puercos, hijos de satanás.
Y el imbécil de mi cuñado tumbado en el sofá. Como es actor y escritor y director y no sé qué más, piensa cosas tan profundas que no le da para doblar el lomo. ¡Un muerto de hambre! Un muerto de hambre y un vago es lo que ha sido toda su vida. Mi pobre hermana.

Jueves 14 de noviembre
A Silvia le han suspendido el examen de matemáticas con un cuatro. Ya empezamos. Que era un examen sorpresa y que no sabía qué poner. Pero vamos a ver, si se pasa todos los días con la tablet, el móvil y saliendo con sus amigas, claro que las cosas le pillan por sorpresa. 
Me duele que la suspendan, me jode horrores, es tan buena niña. Ella no tiene las cosas fáciles, no tiene padre y yo soy un desastre, llego tan tarde a casa que casi se ha criado sola. Ahora, la puse a pasar el aspirador a toda la casa en cuanto me dio la mala noticia. Se han acabado la tablet, el telefonito y las salidas. Y se lo dije, le dije que los que suspenden, los que suspenden en esta vida, limpian la mierda de los demás. Yo saco todos los días un cubo bien grande de la basura los señoritos que viven aquí. Todos los días a las ocho, antes de marcharme para casa, para que no se me olvide durante la noche la alta misión que tengo encomendada en esta vida. Y cómo huelen de mal. Las basuras de los ricos y las de los pobres son como la muerte, igual para todos. Algunas, además, chorrean una peste inmunda a pescado podrido y después tengo que fregar el cubo. Meter la mano hasta casi la axila para quitar ese líquido infecto del demonio. Y se lo dije bien claro anoche a mi hija, para que lo tenga bien presente, que soy yo, yo, la que suspendió octavo de EGB y ya no encontró la forma de reengancharse, yo, la que se creía tan lista y se iba a comer el mundo, la que ha acabado de encargada de recoger la compresa usada de la del quinto, el trozo de carne escupido por el viejo con Alzheimer del octavo y las bolas de polvo y los pañales sucios y la fruta podrida. Encargada de la putrefacción de los demás, puerta por puerta. La recojo y la llevo hasta el contenedor, oliéndola bien de cerca, antes de regresar a casa justo a hora de cenar. 

Viernes 15 de noviembre
El imbécil de mi cuñado dice que estoy en fase anal. Que lo dice Freud. No entendí lo qué quería decir pero para el caso es lo mismo. A mi Freud me la sopla. Además, le dije que ese Freud era un machista y que él que va de progre feminista debería saberlo. Yo a los hombres no les envidio el pene, esa cosa amorfa y fea que les cuelga, yo a los hombres les envidio el sueldo. ¡Coño!
Anoche vinieron a cenar a casa, que yo lo que les dije es si no tenían otro día, que las personas normales madrugamos, pero ellos siempre han sido un desastre. Mi hermana y yo el sol y la luna, nacidas de la misma barriga pero distintas a más no poder. Y yo lo noto, noto que los dos me miran como si fuese una marciana o como si hablara en chino. No quedamos en su casa porque eso parece el circo de los horrores. Todo por medio y mierda para parar un carro. Que abres un armario y parece que una bomba haya explotado dentro. 
Él sin oficio ni beneficio y mi hermana, la pobre, loquita de amor. Resultado: ruina total.
Que se van a la casa del pueblo. Que en la situación que están no pueden plantearse pagar un alquiler y han pensado en irse a Alborea. Querían pedirme permiso y explicarme  que ellos saben que yo voy en agosto pero que ese mes podemos compartir. Desde que faltó mamá ellos iban en julio y mi hija y yo en agosto, pero la primera semana me la pasaba limpiando y arreglando el desastre y la mierda que habían dejado.  
Qué asco de vida, te lo digo de verdad. Trabajar y trabajar para acabar en la casucha del pueblo que construyó papá a fines de semana. Vaya mierda. Les dije que por mí no se preocuparan, que Silvia cada vez quiere ir menos porque se aburre. Antes iba a la piscina municipal, tenía alguna amiguita, pero ahora le ha dado por encerrarse todo el día con la tablet, el ventilador y la cara de murria. Dice que allí en verano solo hay calor y moscas. Así que por mí pueden disponer de la casa todo lo que quieran, faltaría más que mi hermana se quede sin trabajo y yo le negara un techo, pero les dije que por favor mantuviesen un poco el orden y la limpieza y entonces fue cuando mi cuñado me dijo lo de la fase anal y todo se torció. Porque yo le dije que él boquita tiene mucha, el típico de consejos vendo que para mí no tengo y que se mirara él un poquito a ver si hay derecho a que mi hermana lleve toda la vida manteniéndolo. Y entonces empezó a hablar del neoliberalismo, la precariedad, la marginalidad tendenciosa del arte como destrucción del pensamiento crítico y no sé qué cosas más. Y yo se lo dije, tan listo que eres, tan listo, y no te llega para saber que “el arte” en España va junto y con hache, HE-LAR-TE, pero de hambre y frío. Mi hermana callaba y miraba el hule. Y entonces gritó que paráramos de una vez. Un grito seco, acompañado de un golpe en la mesa que hizo temblar los platos. Mi hija salió del cuarto, asomó la cabeza y preguntó si pasaba algo. Mi cuñado se levantó y le dio un beso y dijo que no pasaba nada, pero que ya se iban. 
Yo llevo toda la noche con el run-run. No he pegado ojo. Y ahora aquí, en la portería. Ha bajado el señor Antonio y me ha dicho que tenía mala cara, que parecía somnolienta. Somnolienta, ¿no te jode? Y nada, que en el quinto se ha fundido la bombilla del descansillo. Así que voy a por la escalera de aluminio del trastero y voy para allá. 

Sábado 16 de noviembre
Los sábados, en casa, toca zafarrancho. Tres lavadoras: sábanas, toallas y toda la ropa de las dos de toda la semana. Nos ponemos a las ocho. Silvia pasa el aspirador y quita el polvo y cuando acaba se pone a estudiar en su habitación. Yo hago el cuarto de baño y la cocina a fondo, tiendo y recojo las lavadoras, friego el suelo y hago las camas. Para que nos cunda tiene que estar todo en orden, en su sitio, porque si no se te va la vida arreglando lo que está fuera de lugar. Además detesto el desorden, con las cosas por el medio, no puedo. A Silvia le he insistido mucho en esto, desde pequeñita. En casa tenemos un lema: En casa MLJ (Mierdas Las Justas).
Sobre las doce terminamos, excepto la ropa que la plancho los domingos. Entonces cojo el coche y voy al Carrefour a hacer la compra y a poner gasolina porque con el ticket dan descuento. 
Una tiene la impresión de salirse las restricciones cuando entra en Carrefour. Allí todo es grande, todo está en orden y por categorías y aunque sea inmenso es fácil manejarse cuando te lo conoces. En Carrefour venden todo lo que el ser humano podría necesitar: teles, camas y garbanzos. Todo junto y bien colocado. Cada cosa en su sección y cada sección multiplicada en mil productos. Ahora, hay que ir con tiempo porque el de mi zona es descomunal. Qué diferencia con el cubículo de la portería o con mi piso. Sólo el trayecto desde el aparcamiento hasta los arcos de seguridad de la entrada ya son diez minutos.¿No dicen que andar es bueno? Así que mindfulness y sin pisas. 
Nada más llegar, en la entrada, las súper ofertas, precios imbatibles y el tres por dos. Es llegar y ya se van al traste todos los propósitos de enmienda de grasa y gasto: longanizas de pascua a ocho euros el kilo, ves y cómpralas en la carnicería a ver qué te cuestan. Y tres por dos en cerveza, atún, aceite de buena marca… Pan, del que quieras, pasta, de la que te de la gana, tomate frito, del que se te ocurra. Allí está todo. Lo que te puedas imaginar, está. La carne es buena y con las ofertas, si tienes buen ojo y no vas con lista cerrada, puedes ahorrar un montón. Te escapas del sota, caballo y rey del Mercadona. Yo los de barrio los utilizo sólo para los olvidos, pero para comer bien, la compra en el Carrefour.
Y al final, premio, la fila única. Qué gran invento. Así no se cuela ningún listo. Todos igual: feos y guapos, altos y bajos a la misma cola. Todos igual, como el IVA. 
A veces, a primeros de mes sobre todo, Silvia me acompaña y comemos en el Wok o en el Burguer King. Y cuando viene siempre le cae algo. Una camiseta en el Springfield, o una alguna cosita del Bershka, unas mallas, lo que sea. Siempre pica algo. Yo le digo que luego no se lo pone, que siempre va con lo mismo pero me mira con esa carita y no soy capaz de negarme. ¿Quién podría? Es tan buena cría.
Llegar a casa, dejar la compra y ya. La tarde es para mí. Mi reino. Ahí que no se moleste nadie en llamarme porque la tarde de los sábados es más sagrada que la oblea que dan en misa. Me pongo en el sofá, me cojo un paquete de pipas y una coca-cola y enchufo el Netflix. Y un capitulo y otro y otro y otro. A veces me levanto hasta mareada. 


Domingo 17 de noviembre
Silvia ha llegado muy tarde hoy, eran casi las seis de la mañana, borracha y no sé si algo más. Llevaba los ojos muy raros y apestaba a alcohol. La he mandado para la cama y le he dicho que cuando se despierte hablaremos, vaya si hablaremos. ¡Del gobierno!
Estoy preocupada. Me he puesto con la plancha a ver si me relajo porque estoy que trino.

Ahora me ha llamado mi hermana pidiéndome perdón. Que perdonara lo de la otra noche pero que están los dos muy nerviosos. Que a Jaime le han denegado la beca de dramaturgia con la que contaban para el nuevo proyecto y que lo lleva fatal. Yo le he dicho que me perdonaran ellos a mí, que lo sentía de verdad, lo de su trabajo y lo de la beca de Jaime y lo de la otra noche también y hemos acabado las dos llorando al teléfono como dos idiotas. Le he dicho que no se preocupara, que todo se va a arreglar, que ya vería como todo se arregla, pero era mentira. Mentira podrida. Nada se va a arreglar. Nada. Nada de nada.

domingo, 8 de diciembre de 2019



 POSIBLE  PETRA


La vista desde el balcón era gris. Todas las personas que caminaban parecía que tenían frío. Tan encogidas, tanta bufanda, tanto polar. “¡Qué exageradas!” pensó Petra.
 Le daba mucha pereza pero debía ir. Dio media vuelta, se puso el abrigo, abrió la puerta, la cerró y colocó las llaves en uno de los bolsillos. Desde que le robaron el bolso ya nunca lo cogía, llevaba siempre una fotocopia plastificada del carnet y algún billete junto a las llaves. Bajó en ascensor y comprobó al abrir el portal que ni siquiera hacía falta guantes. El aire fresco le daba vitalidad. Con sus pesadas piernas comenzó a cruzar el semáforo, no sabía cuánto tiempo le quedaba para poder funcionar sin bastón, de momento se negaba a comprar uno, miedo le daba que su hija se lo regalase por Navidad.
Petra recordó que había quedado en la puerta de El Corte Inglés. No le gustaba nada ese lugar, siempre atestado, siempre con esos aires malsanos. Le hacía sentirse mareada.  “Todo el mundo pone allí la cita”, pensó. “Dicen que se encuentra de todo, tallas grandes también, y que se puede devolver si te arrepientes de la compra”, de su boca salió un gesto de desagrado.
El recorrido era corto, a medida que se acercaba iba sintiendo un calor que le subía desde los pies. “Otra vez, lo sabía, otra vez”, pensó. Petra paró, se desabrochó un botón del abrigo y siguió caminando. El paso ahora era más corto. Siempre había sido puntual. “No me gustaría comenzar a llegar tarde” se dijo.
Al doblar la esquina vio la jauría. Se quedó quieta, miró con gravedad, respiró hondo y echo a caminar. “A ver si encuentro a mi hija” pensó.
Recorrió los pasos que le quedaban con rostro apesadumbrado. Se sentía incapaz de alcanzar esa muchedumbre ella sola. El calor era cada vez mayor, metió la mano en el bolsillo y agarró con fuerza las llaves.
—¡Mamá!., escuchó en ese momento  
Petra alargó la mirada, vio el rostro de su hija Susana que avanzaba hacia ella. Llevaba la bufanda que le había tejido el pasado invierno. Respiró un poco aliviada.
— Mamá, te veo un poco sofocada –añadió Susana- ¿Te pasa algo?
 —Nada, nada –respondió Petra- sabes que no me gusta venir a estos sitios.
­­—Sólo será un momento, ya verás.
­—Siempre dices lo mismo y luego sube y baja de planta en planta, me engañas de mala manera.
—Venga mamá, no seas así—añadió Susana cogiéndola del brazo.
Petra se encontró de pronto atravesando la muchedumbre atestada de bufandas, de orondos plumíferos, de capuchas repletas de pelaje, de mazacotes de botas a punto de pisarle. Sintió las llaves entre sus dedos y gimió sin que Susana se percatase.
Las puertas se abrieron y un vaho de calor la tiró hacia atrás.
­—¿Qué pasa mamá? — dijo Susana tirándola del brazo.
—Nada, nada hija — respondió Petra entrecerrando los ojos
Atravesaron los pasillos de la sección de Perfumería, los frascos de colonias y de perfumes con su elegancia y sus formas voluptuosas le resultaban atrevidos, lujuriosos, no podía dejar de mirarlos, había tantos colores en los líquidos, en el envoltorio que los contenía, tanta luz en el ambiente que Petra se iba colgando del brazo de su hija. Las dependientas iban muy maquilladas, creía que la miraban con ojos de desidia. Por unos momentos sentía deseos de pararse a hablar con alguna de ellas, cómo sería su vida desde ese mundo de fragancias, de aromas, de elegancia, de tacones, pero su mente ya no le obedecía, sólo tenía ganas de quitarse los pantys y rascarse las piernas sin parar.
­- Mamá ¿no conoces el perfume Opium de Ives Sant Laurent? -dijo Susana de pronto- ven, vamos a por una nueva emoción, verás mamá qué lujo de aroma.
A Petra se le hizo un mundo, ella estaba acostumbrada a enjabonarse el rostro todas las mañanas con agua fresca y su Heno de Pravia, a veces una colonia suave. Los perfumes le hacían toser, la mareaban.
- Déjalo hija- se atrevió a decir- se nos hará tarde.
- Pero mamá, venga, ¿quién nos espera? - dijo Susana agarrando fuerte el brazo de su madre y llevándola al stand de Ives Sant Laurent.
- Buenos días, ¿puedo ayudarles? – les dijo una mujer con rostro impecable de imperfecciones y gestos con alergia a la cercanía
- Sí por favor, queríamos probar Opium, mi madre no lo conoce y quería darle ese placer.
La dependienta abrió con gestos precisos un frasco y dirigiéndose a Petra le dijo
-          Acérqueme su muñeca.
Petra se ruborizó, se desembarazó del brazo de su hija y comenzó a desabrocharse el resto del abrigo. Si se lo quitaba del todo sería un engorro llevarlo, en su mente apareció un campo nevado.
-          Mamá, ¿en qué piensas? - oyó que decía su hija
-          No hace falta que se quite el abrigo - indicó la dependienta.
De pronto Petra escucho su voz que decía “Si no me lo quito reviento” y se encontró con el abrigo en el brazo
-          ¡Mamá por Dios! - dijo su hija con rostro contrariado
Petra erstiró el brazo hacia la mujer como si fuesen a ponerle una inyección,  la dependienta pulverizó el perfume en la muñeca de Petra y le indicó con gesto grave que esperase un poco.
Susana trataba de sonreír. Petra encontró con su mirada unos frascos en forma de falo, se quedó obnubilada.
-          Venga mamá, huélelo, a ver. Sublime – dijo Susana acercando su nariz al brazo de su madre.
Susana cogió de nuevo el brazo de su madre y la arrastro fuera del stand. La dependienta observó cómo se iban con gesto imperturbable
Petra sentía el peso del abrigo en su brazo, de pronto se acordó de las llaves y quiso parar para cerciorarse de que seguían en su sitio.
-          Espera hija –se atrevió a decir-  Tengo que mirar una cosa.
Paró en seco, buscó el bolsillo del abrigo y ahí estaban, las tocó y respiró hondo.
-          Vamos mamá, venga-  dijo su hija dirigiéndose hacia las escaleras mecánicas.
Petra se puso la mano en el estómago en cuánto vio las escaleras. De pronto Susana se detuvo y exclamó
-          Oh, siempre me ha gustado verlos –-y señaló algo que brillaba, Petra no pudo distinguir bien pero respiró aliviada al verse arrastrada hacia otro lugar. Todo menos las escaleras.
De pronto se vio rodeada de ostentación. A su altura un mostrador de cristal repleto de  frascos de colonia, los cierres de ellos todos dorados y con  forma de animales, una pantera con ojos verdes de topacios que la miraban, un elefante con diamantes por colmillos, el tigre que rugía para mostrar el marfil de sus caninos, la jirafa con rubís por su cuello.
-          Mamá, no es increíble tanta imaginación.
A Petra se le torció un poco el labio, se vio dando de comer a los conejos en la granja, vigilando las vacas que pastaban por las colinas aquellas mañanas de frío, preparando los corderos para que los esquilaran y palpó las llaves de nuevo.
-          Mamá, te estoy hablando- dijo Susana mirándola de frente- ¿Qué animal elegirías tú?
-          Yo ya tuve bastantes animales de jovencita, hija.
-          A veces pienso mamá que nunca has leído un cuento –respondió su hija con mirada de desdén
-          Pues mira hija, es verdad, de pequeña no me leyeron ninguno, bastante tenía con hacer faenas en la granja.
-          No hagamos un drama mamá, creo que pediré uno de estos para mi cumpleaños, será difícil elegir.
-          Haz lo que quieras. Todo son caprichos. Vamos al ascensor y acabemos de una vez
-          ¡Ay mamá, cómo eres!, venga, disfruta un poco, pon imaginación a las cosas, todo no va a ser siempre dos y dos son cuatro.
-          Pues sí hija, es lo que a mí me enseñaron.
-          Vale, vale, no te enfades. Dame tu abrigo que te debe pesar y subimos ya a la tercera planta.
-          No, el abrigo lo llevo yo- dijo Petra palpando el bolsillo y sintiendo las llaves en su interior.
-          Que tozuda eres. Anda vamos- Petra se dejó coger del brazo y de pronto se encontró detrás de una mujer que iba a subir a las escaleras mecánicas. Dio un paso atrás y chocó con un joven. Perdón, perdón, logró decir. Notó un estirón del brazo y se vio subida en esas escaleras. Comenzó a sudar y se imaginó corriendo por el bosque tras un rebeco.
-          Te has quedado muda mamá. Ya llegamos- oyó decir a su hija.

martes, 3 de diciembre de 2019

A por las grandes superficies

Hola a todos,
El último día de clase hubo varias bajas así que os cuento: trabajamos el punto de vista y pedimos, por caridad, que para el próximo día, mandárais algo de vuestro relato de Grandes superficies, no importa el estadio en el que esté, ya que el tiempo se nos echa encima. Mª Luisa ya lo ha hecho, espero que el resto os animéis.

Grandes superficies es un reto de escritura. Un reto asumido, pero no fácil. Existen muchos tipos de superficies. Unas reales, físicas, es...