sábado, 15 de febrero de 2020



ESTEROTIPOS. Mujer alcohólica.
Sigo vomitando. Alguien me sujeta la cabeza, con una mano fría puesta en la frente. Al contraerse el estómago, sus espasmos, consiguen que la garganta se llene de nuevo con la masa viscosa que no cesa de expulsar mi cuerpo en el interior de la taza del wáter. Apesta sobre todo a alcohol, aunque otros olores se entremezclan al atravesar, el líquido espeso, los orificios de mi nariz. Están habituadas, mis fosas nasales, al hedor de la  podredumbre, a los malos tufos que me han acompañado desde hace muchos años, pero por lo visto, no se han acostumbrado.
Mi memoria, trata de entender el principio de lo que desencadenó esta terrible dependencia. Tendría entonces unos cinco años, no más. Todas las noches se repetía la misma escena a la que yo tampoco me acostumbraba. Mi madre con el semblante siempre triste, me preparaba la cena, se sentaba a mi lado y me la iba dando  a pedacitos con el pan, o a cucharadas la sopa, según el tipo de alimento que había puesto en el plato. Me apremiaba siempre. Termina antes de que llegue tu padre, me decía. Pero yo me quedaba absorta con la televisión, sin la cual, no sabía cenar.
Cuando oíamos la llave en la cerradura, a mi madre los ojos se le humedecían y me daba con rapidez las cucharadas. El temblor de su mano se acentuaba y en ocasiones, se le caía el líquido de la cuchara sobre la mesa sin poder evitarlo. Al entrar mi padre en el comedor, siempre la misma frase, que se repetía la mayoría de las noches. Con ella, yo recibía su beso con ese olor característico que ha formado parte de mi vida.
--Pero que torpe eres. Deja, deja, ya le doy yo la cena a la niña. No  sirves ni para eso.
Para mí, era familiar asociarles a los dos con la palabra torpe --que naturalmente no entendía--, con el tufo del alcohol y con las lágrimas de mi madre, que solían ser el final de los monólogos del “pater familia” y con el que se clausuraba el día. Un día tras otro. Yo era muy pequeña todavía para entender el significado de las palabras y los sentimientos de los mayores.
--A tu madre le falta alegría. No se puede ir por la vida con esa cara. Repetía con frecuencia.
--Vamos tesoro. Papá te dará la cena mientras te canta una canción.
Y entonaba una copla imitando sonidos, e incluso gestos, de las situaciones que nombraba. Y yo me reía. Un padre, cariñoso en demasía. Todo en él era excesivo.
A veces, me daba a probar algún licor dulce con el que solía terminar la cena, a modo de postre, de caramelo. Claro que me gustaba. Era dulce y hacía que me sintiera contenta. Tanto es así que cuando me encontraba sola en casa, abría el armario donde se guardaban los licores y empinando la botella, daba un sorbo. Yo sola. No necesitaba a nadie, estaba a mi alcance y me gustaba.
Muchos años después, me he preguntado por qué mi madre no hacía nada por impedírmelo. Por qué permitía que su marido, mi padre, me diera a probar bebidas que contenían alcohol. Por qué estaba siempre como ausente y permitía que sobre ella se lanzaran insultos, reproches, incluso en ocasiones, golpes. ¿Por qué?
Tuvieron que pasar algunos años más para que todo cobrara sentido, pero para mí ya era demasiado tarde. A las ingestas clandestinas de bebidas con alcohol, siguieron las salidas adolescentes consumiendo litros de bebidas, aparentemente inocuas.  Las caladas de hachís, las mezclas explosivas de no se sabía qué cosas. Todo ello celebrado con alegría y con fiesta, desinhibidos por el alcohol. Descontrolados. Así siempre, antes de tocar fondo. Antes de que llegaran los vómitos. Antes de las noches sobre el pavimento de algún callejón. Antes de los amaneceres con la cabeza hinchada, pesada y confusa.
Mi madre, desde hacía bastante tiempo, no recuerdo cuanto, está ingresada en un sanatorio psiquiátrico con un diagnóstico de depresión aguda, que parece no tener vuelta atrás. Aunque dudo que nunca tratara de salir de ella. Era más dura su realidad. En ese limbo triste pero seguro, se siente reconfortada. Acabó no reconociéndome y me encontré todavía demasiado pronto con un padre siempre irritable bajo los efectos de su adicción. Adormecido  bajo las consecuencias de la droga. Y sin madre.
Poco a poco, sin apenas darme cuenta, mi dependencia física y psicológica se transformaron en compulsivos. Buscaba inconscientemente los efectos del placer que el alcohol me producía y he tenido varios ingresos en urgencias por sobrepasar los límites que mi cuerpo y sobre todo mi cerebro, eran capaces de sobrellevar. Estoy presa, esclavizada por mi adicción y lo tengo asumido Ese es el diagnóstico que los médicos de forma unánime comparten. Pero no puedo prescindir de lo que necesito. Ahora, con unas controladas dosis de barbitúricos.
Con el diagnóstico asumido, me siento razonablemente feliz. Aceptando mi herencia genética por una parte y mi crónico descontrol inhibidor por la otra. Ambas me activan el cerebro y me hacen ser como soy de forma consciente. Cuando siento las consecuencias de la dopamina a tope, soy capaz de activar la parte creativa del cerebro y escribir, interpretar y gozar todo al máximo. Debido, principalmente, a mi asumida excitación neuronal. Encuentro en esos momentos y en ese estado, mi identidad más sincera. Y me compensa.
Con la vomitona, mi cuerpo se ha vaciado ya del exceso. Me incorporo con la ayuda de la mano amiga que sigue fría. Me has asustado, me dice sonriendo. Ya debería estar acostumbrada a esto, pero es difícil asumir que en uno de esos instantes donde tu cerebro se colapsa, te puedo perder y no lo asumo.

1 comentario:

  1. ¿República o monarquía? Terrible dilema habiendo una reina de las palabras como tú. Y digo reina, porque si digo diosa, la cosa se me complica más.

    ResponderEliminar

Grandes superficies es un reto de escritura. Un reto asumido, pero no fácil. Existen muchos tipos de superficies. Unas reales, físicas, es...