LA SOFI
Ella es la Sofi, lo
susurra siempre delante del espejo, “soy la Sofi”, “soy la Sofi”, “soy la Sofi”,
después lame sus labios con lujuria y se sonríe mirando sus ojos de lagarta,
susurrantes, dilatados, viscosos, extensos. Lo hace siempre después de ganar la
partidita del bingo, encerrada en el lavabo y con los billetes entre sus senos,
los soba y susurra lúcida y serena “soy la Sofi”.
Al salir a la intemperie todo se desvanece y acude
ese vértigo, un vértigo sin altura, un vértigo que se traduce en ver las letras
de su nombre danzar, cada una a su ritmo, envueltas de tráfico, de estrés, de desazón.
Es el atardecer. Sofi, se dice a sí misma, Sofi no sigas por ese camino que
acabarás chiflada. Entonces cierra los ojos y visualiza un sitial, la reina
Sofía en él, de inmediato seguridad, loada sea ella, que sabe de dónde proviene
su nombre, que es inteligente y además vegetariana, se explica Sofí.
La Sofí quiere ser lista
pero se siente lacaya y cree entonces que no puede ser. Cuando ese sentimiento pesa,
le sale una letanía, “rosa, lila, rosa, lila, rosa, lila” y una suculenta
lealtad hacia sus poderes aparece por momentos en su cerebro. Resuena entonces
la balsa de agua, el arco iris, sus zancos aún pequeños que chapotean. Sumun. Luego la negror. Oscuro todo. Silencio
La Sofi sola va con sus
imprevistos vértigos y no va al médico por si piensa que es una lerda o algo
superficial. Entra en una tienda y ve
saltar la ese por los anaqueles, ese, ese, ese, maldita ese. La Sofi buscando
esa ese, o la i, o quién sabe si la efe, se ha hecho vegana, y por las mañanas,
llenita de legañas, pilla la foto de la reina que tiene en su mesita, sonríe y
suelta deslenguada, “te gané colega”.
Se coloca entonces su
calzado preferido, color salmón de tacón fino, se echa a la calle, en la
esquina un buen carajillo, y vegana, rosa y lila toma el dieciséis camino del
bingo. Tal vez hoy no le dé el vértigo piensa La Sofi. Tal vez.