sábado, 19 de octubre de 2019

Bingo

Solo leía libros donde el ser humano venía bien explicado.
No le interesaban demasiado las tramas, no lograba recordar los títulos y era incapaz de descifrar la estructura de las cosas. Se sabía miope y le gustaba imaginarse como una semilla en plenitud que se entrega al viento. 
Acudía cada tarde al bingo de su barrio y allí jugaba unos cartones. Fumaba. Tachaba con rotulador los números. Libaba a pequeños sorbos el suculento gin-tonic deleitándose en su propia levedad. La embriaguez y comenzar a girar y girar en el techo del bingo. Desde que había dejado de tomar proteínas animales el alcohol la llevaba más lejos en menos tiempo. Ser vegana estaba resultando una opción bastante barata.

En su vida alguien había cantado línea antes de tiempo.

Y desde entonces se negaba a vender sus días. Se apañaba con lo justo. Resistía sin hallar en las cosas ningún sentido. 
Iba al bingo cada tarde, sí, porque la vida era un bombo de bolas numeradas que se precipitaban al azar. Cada persona llevaba impreso un cartón de números aleatorios.
Muchos perdedores para un solo ganador. Había comprendido que nadie regresa y que volver atrás era imposible en la existencia. Resignada en el constante vértigo que orlaba el precipicio, sabía que una vez empezaba el juego ya no se detenía hasta el grito final: 


¡BINGO! 

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