viernes, 6 de marzo de 2020

EJERCICIO HACER Y REMEMORAR. ESTÁ PARA REPASAR


CEGUERA

En la rebotica Rogelio pesa los polvos  para hacer cápsulas. Con la precisión de la balanza dorada aparece en su mente la partida de cartas de aquellas Pascuas. Rogelio rememora. Era después de comer. El bar estaba oscuro y repleto de humo.  En el centro la mesa de mármol con los jugadores de rigor y los mirones alrededor. El silencio duraba poco. Miguel, el Socarrón, tenía que dar siempre la nota. Si Miguel no hablaba algo iba mal. El caso era molestar, al de al lado, al de enfrente, al de más allá, como un moscardón que nunca muere, así era la presencia de Miguel. Cuando ya tenía a todo el mundo harto, dejaba el caliqueño en un cenicero y se echaba tan contento una cabezadita en cualquier reposabrazos. Para eso también tenía arte.
Rogelio recoge los polvos ya pesados. Mientras introduce la medida exacta en cada oblea sonríe al pensar en el final de aquella partida de rabino.
La idea fue de Isidro, el Transportista. Ese día Miguel estaba especialmente puñetero. Isidro comentó en voz baja de apagar todas las luces y seguir como si estuviesen jugando. Todos sabían que la cabezadita de Miguel duraba unos diez minutos. Tiempo de sobra para preparar la revancha que tanta falta les hacía. No hizo falta avisar al dueño del bar, siempre detrás de la barra con trapo en el hombro y estando alerta de las apuestas, ni al camarero, con bandeja en mano que igual servía un Soberano, que un Agua de Vichy que una Fanta de Naranja. El resto del personal no tenía otra que hacer más que seguir, con boina, calva o bastón las vicisitudes de los jugadores. Sentían que era un día grande. Apagaron de inmediato las luces, les servía para ensayar. Seguirían el turno de palabra de la partida. No había que cambiar nada.
 Rogelio rememora, al cerrar cada sello  con el polvo medicinal ya dentro,  las actuaciones de los jugadores. Comenzó Alfonsín, el Terrateniente, “trío de copas” se le oyó decir. Isidro, el Transportista, continuó, “doble pareja”. “Escalera” recuerda Rogelio que pronunció. “Pareja de sotas”, siguió diciendo Julio, el Estanquero.
Oyeron a Miguel, el Socarrón, removerse en la silla. Siguieron hablando como si nada. “Das tú”, dijo Alfonsín. “Contad si tenéis todas”, recuerda que dijo él. “No voy”, la voz de Julio. “Robo”, pronunció Isidro.
Miguel dijo de pronto, ¿qué pasa, qué está pasando?, ellos siguieron con su partida imaginaria. Saco, trío de sotas, pareja de reyes, escalera de color, no he robado, hoy es tu día, mañana ya verás, baraja bien, tráeme un Soberano, ¿cuánto te juegas? Miguel chilló, “no veo nada, no veo nada”. Pero, ¡qué dices, anda!, se atrevió a decir Isidro.  Abro, trío de cuatro y pareja de ases, recuerda Rogelio que dijo él.
De pronto, un chillido animal surgió de la oscuridad, “Socorro, socorro, me he vuelto ciego”. Y las cartas continuaron. Calla Miguel que no nos dejas jugar, siempre dando la lata. Voy, no voy, escalera de color, pareja, trío, todo para mí, mañana la revancha. “Me he vuelto ciego, me he vuelto ciego, no veo nada, decía como loco” Miguel.
Cuando se dieron cuenta de que se había levantado y tropezaba con todo, diciendo “ciego, ciego, estoy ciego, ciego”, se encendieron las luces y comenzaron las carcajadas.
Miguel estuvo unos días sin aparecer por el bar, apenas salió a la calle. Poco duró, su naturaleza se recuperó rápida. Una tarde regresó, se sentó con el caliqueño en la boca y comenzó a oírse el volar de un moscardón.
Rogelio cuenta los sellos, 40 han salido. Los coloca en cajas de diez y las rotula con su nombre “Ácido acetilsalicílico”. Las pone en el cajón de la “AC” y rellena una ficha con las nuevas existencias.
Sonríe y cierra la rebotica. Camina hacia casa, sigue con la sonrisa. ¡Ay Miguel, el Socarrón! Si no fuera por esos días.



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