domingo, 8 de diciembre de 2019



 POSIBLE  PETRA


La vista desde el balcón era gris. Todas las personas que caminaban parecía que tenían frío. Tan encogidas, tanta bufanda, tanto polar. “¡Qué exageradas!” pensó Petra.
 Le daba mucha pereza pero debía ir. Dio media vuelta, se puso el abrigo, abrió la puerta, la cerró y colocó las llaves en uno de los bolsillos. Desde que le robaron el bolso ya nunca lo cogía, llevaba siempre una fotocopia plastificada del carnet y algún billete junto a las llaves. Bajó en ascensor y comprobó al abrir el portal que ni siquiera hacía falta guantes. El aire fresco le daba vitalidad. Con sus pesadas piernas comenzó a cruzar el semáforo, no sabía cuánto tiempo le quedaba para poder funcionar sin bastón, de momento se negaba a comprar uno, miedo le daba que su hija se lo regalase por Navidad.
Petra recordó que había quedado en la puerta de El Corte Inglés. No le gustaba nada ese lugar, siempre atestado, siempre con esos aires malsanos. Le hacía sentirse mareada.  “Todo el mundo pone allí la cita”, pensó. “Dicen que se encuentra de todo, tallas grandes también, y que se puede devolver si te arrepientes de la compra”, de su boca salió un gesto de desagrado.
El recorrido era corto, a medida que se acercaba iba sintiendo un calor que le subía desde los pies. “Otra vez, lo sabía, otra vez”, pensó. Petra paró, se desabrochó un botón del abrigo y siguió caminando. El paso ahora era más corto. Siempre había sido puntual. “No me gustaría comenzar a llegar tarde” se dijo.
Al doblar la esquina vio la jauría. Se quedó quieta, miró con gravedad, respiró hondo y echo a caminar. “A ver si encuentro a mi hija” pensó.
Recorrió los pasos que le quedaban con rostro apesadumbrado. Se sentía incapaz de alcanzar esa muchedumbre ella sola. El calor era cada vez mayor, metió la mano en el bolsillo y agarró con fuerza las llaves.
—¡Mamá!., escuchó en ese momento  
Petra alargó la mirada, vio el rostro de su hija Susana que avanzaba hacia ella. Llevaba la bufanda que le había tejido el pasado invierno. Respiró un poco aliviada.
— Mamá, te veo un poco sofocada –añadió Susana- ¿Te pasa algo?
 —Nada, nada –respondió Petra- sabes que no me gusta venir a estos sitios.
­­—Sólo será un momento, ya verás.
­—Siempre dices lo mismo y luego sube y baja de planta en planta, me engañas de mala manera.
—Venga mamá, no seas así—añadió Susana cogiéndola del brazo.
Petra se encontró de pronto atravesando la muchedumbre atestada de bufandas, de orondos plumíferos, de capuchas repletas de pelaje, de mazacotes de botas a punto de pisarle. Sintió las llaves entre sus dedos y gimió sin que Susana se percatase.
Las puertas se abrieron y un vaho de calor la tiró hacia atrás.
­—¿Qué pasa mamá? — dijo Susana tirándola del brazo.
—Nada, nada hija — respondió Petra entrecerrando los ojos
Atravesaron los pasillos de la sección de Perfumería, los frascos de colonias y de perfumes con su elegancia y sus formas voluptuosas le resultaban atrevidos, lujuriosos, no podía dejar de mirarlos, había tantos colores en los líquidos, en el envoltorio que los contenía, tanta luz en el ambiente que Petra se iba colgando del brazo de su hija. Las dependientas iban muy maquilladas, creía que la miraban con ojos de desidia. Por unos momentos sentía deseos de pararse a hablar con alguna de ellas, cómo sería su vida desde ese mundo de fragancias, de aromas, de elegancia, de tacones, pero su mente ya no le obedecía, sólo tenía ganas de quitarse los pantys y rascarse las piernas sin parar.
­- Mamá ¿no conoces el perfume Opium de Ives Sant Laurent? -dijo Susana de pronto- ven, vamos a por una nueva emoción, verás mamá qué lujo de aroma.
A Petra se le hizo un mundo, ella estaba acostumbrada a enjabonarse el rostro todas las mañanas con agua fresca y su Heno de Pravia, a veces una colonia suave. Los perfumes le hacían toser, la mareaban.
- Déjalo hija- se atrevió a decir- se nos hará tarde.
- Pero mamá, venga, ¿quién nos espera? - dijo Susana agarrando fuerte el brazo de su madre y llevándola al stand de Ives Sant Laurent.
- Buenos días, ¿puedo ayudarles? – les dijo una mujer con rostro impecable de imperfecciones y gestos con alergia a la cercanía
- Sí por favor, queríamos probar Opium, mi madre no lo conoce y quería darle ese placer.
La dependienta abrió con gestos precisos un frasco y dirigiéndose a Petra le dijo
-          Acérqueme su muñeca.
Petra se ruborizó, se desembarazó del brazo de su hija y comenzó a desabrocharse el resto del abrigo. Si se lo quitaba del todo sería un engorro llevarlo, en su mente apareció un campo nevado.
-          Mamá, ¿en qué piensas? - oyó que decía su hija
-          No hace falta que se quite el abrigo - indicó la dependienta.
De pronto Petra escucho su voz que decía “Si no me lo quito reviento” y se encontró con el abrigo en el brazo
-          ¡Mamá por Dios! - dijo su hija con rostro contrariado
Petra erstiró el brazo hacia la mujer como si fuesen a ponerle una inyección,  la dependienta pulverizó el perfume en la muñeca de Petra y le indicó con gesto grave que esperase un poco.
Susana trataba de sonreír. Petra encontró con su mirada unos frascos en forma de falo, se quedó obnubilada.
-          Venga mamá, huélelo, a ver. Sublime – dijo Susana acercando su nariz al brazo de su madre.
Susana cogió de nuevo el brazo de su madre y la arrastro fuera del stand. La dependienta observó cómo se iban con gesto imperturbable
Petra sentía el peso del abrigo en su brazo, de pronto se acordó de las llaves y quiso parar para cerciorarse de que seguían en su sitio.
-          Espera hija –se atrevió a decir-  Tengo que mirar una cosa.
Paró en seco, buscó el bolsillo del abrigo y ahí estaban, las tocó y respiró hondo.
-          Vamos mamá, venga-  dijo su hija dirigiéndose hacia las escaleras mecánicas.
Petra se puso la mano en el estómago en cuánto vio las escaleras. De pronto Susana se detuvo y exclamó
-          Oh, siempre me ha gustado verlos –-y señaló algo que brillaba, Petra no pudo distinguir bien pero respiró aliviada al verse arrastrada hacia otro lugar. Todo menos las escaleras.
De pronto se vio rodeada de ostentación. A su altura un mostrador de cristal repleto de  frascos de colonia, los cierres de ellos todos dorados y con  forma de animales, una pantera con ojos verdes de topacios que la miraban, un elefante con diamantes por colmillos, el tigre que rugía para mostrar el marfil de sus caninos, la jirafa con rubís por su cuello.
-          Mamá, no es increíble tanta imaginación.
A Petra se le torció un poco el labio, se vio dando de comer a los conejos en la granja, vigilando las vacas que pastaban por las colinas aquellas mañanas de frío, preparando los corderos para que los esquilaran y palpó las llaves de nuevo.
-          Mamá, te estoy hablando- dijo Susana mirándola de frente- ¿Qué animal elegirías tú?
-          Yo ya tuve bastantes animales de jovencita, hija.
-          A veces pienso mamá que nunca has leído un cuento –respondió su hija con mirada de desdén
-          Pues mira hija, es verdad, de pequeña no me leyeron ninguno, bastante tenía con hacer faenas en la granja.
-          No hagamos un drama mamá, creo que pediré uno de estos para mi cumpleaños, será difícil elegir.
-          Haz lo que quieras. Todo son caprichos. Vamos al ascensor y acabemos de una vez
-          ¡Ay mamá, cómo eres!, venga, disfruta un poco, pon imaginación a las cosas, todo no va a ser siempre dos y dos son cuatro.
-          Pues sí hija, es lo que a mí me enseñaron.
-          Vale, vale, no te enfades. Dame tu abrigo que te debe pesar y subimos ya a la tercera planta.
-          No, el abrigo lo llevo yo- dijo Petra palpando el bolsillo y sintiendo las llaves en su interior.
-          Que tozuda eres. Anda vamos- Petra se dejó coger del brazo y de pronto se encontró detrás de una mujer que iba a subir a las escaleras mecánicas. Dio un paso atrás y chocó con un joven. Perdón, perdón, logró decir. Notó un estirón del brazo y se vio subida en esas escaleras. Comenzó a sudar y se imaginó corriendo por el bosque tras un rebeco.
-          Te has quedado muda mamá. Ya llegamos- oyó decir a su hija.

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