POSIBLE PETRA
La vista desde el balcón
era gris. Todas las personas que caminaban parecía que tenían frío. Tan encogidas,
tanta bufanda, tanto polar. “¡Qué exageradas!” pensó Petra.
Le daba mucha pereza pero debía ir. Dio media
vuelta, se puso el abrigo, abrió la puerta, la cerró y colocó las llaves en uno
de los bolsillos. Desde que le robaron el bolso ya nunca lo cogía, llevaba
siempre una fotocopia plastificada del carnet y algún billete junto a las
llaves. Bajó en ascensor y comprobó al abrir el portal que ni siquiera hacía
falta guantes. El aire fresco le daba vitalidad. Con sus pesadas piernas
comenzó a cruzar el semáforo, no sabía cuánto tiempo le quedaba para poder
funcionar sin bastón, de momento se negaba a comprar uno, miedo le daba que su
hija se lo regalase por Navidad.
Petra recordó que había
quedado en la puerta de El Corte Inglés. No le gustaba nada ese lugar, siempre
atestado, siempre con esos aires malsanos. Le hacía sentirse mareada. “Todo el mundo pone allí la cita”, pensó.
“Dicen que se encuentra de todo, tallas grandes también, y que se puede
devolver si te arrepientes de la compra”, de su boca salió un gesto de
desagrado.
El recorrido era corto, a
medida que se acercaba iba sintiendo un calor que le subía desde los pies. “Otra
vez, lo sabía, otra vez”, pensó. Petra paró, se desabrochó un botón del abrigo
y siguió caminando. El paso ahora era más corto. Siempre había sido puntual. “No
me gustaría comenzar a llegar tarde” se dijo.
Al doblar la esquina vio
la jauría. Se quedó quieta, miró con gravedad, respiró hondo y echo a caminar.
“A ver si encuentro a mi hija” pensó.
Recorrió los pasos que le
quedaban con rostro apesadumbrado. Se sentía incapaz de alcanzar esa
muchedumbre ella sola. El calor era cada vez mayor, metió la mano en el
bolsillo y agarró con fuerza las llaves.
—¡Mamá!., escuchó en ese
momento
Petra alargó la mirada, vio
el rostro de su hija Susana que avanzaba hacia ella. Llevaba la bufanda que le
había tejido el pasado invierno. Respiró un poco aliviada.
— Mamá, te veo un poco
sofocada –añadió Susana- ¿Te pasa algo?
—Nada, nada –respondió Petra- sabes que no me
gusta venir a estos sitios.
—Sólo será un momento,
ya verás.
—Siempre dices lo mismo
y luego sube y baja de planta en planta, me engañas de mala manera.
—Venga mamá, no seas así—añadió
Susana cogiéndola del brazo.
Petra se encontró de
pronto atravesando la muchedumbre atestada de bufandas, de orondos plumíferos,
de capuchas repletas de pelaje, de mazacotes de botas a punto de pisarle.
Sintió las llaves entre sus dedos y gimió sin que Susana se percatase.
Las puertas se abrieron y
un vaho de calor la tiró hacia atrás.
—¿Qué pasa mamá? — dijo
Susana tirándola del brazo.
—Nada, nada hija —
respondió Petra entrecerrando los ojos
Atravesaron los pasillos
de la sección de Perfumería, los frascos de colonias y de perfumes con su
elegancia y sus formas voluptuosas le resultaban atrevidos, lujuriosos, no
podía dejar de mirarlos, había tantos colores en los líquidos, en el envoltorio
que los contenía, tanta luz en el ambiente que Petra se iba colgando del brazo
de su hija. Las dependientas iban muy maquilladas, creía que la miraban con
ojos de desidia. Por unos momentos sentía deseos de pararse a hablar con alguna
de ellas, cómo sería su vida desde ese mundo de fragancias, de aromas, de
elegancia, de tacones, pero su mente ya no le obedecía, sólo tenía ganas de
quitarse los pantys y rascarse las piernas sin parar.
- Mamá ¿no conoces el
perfume Opium de Ives Sant Laurent? -dijo Susana de pronto- ven, vamos a por
una nueva emoción, verás mamá qué lujo de aroma.
A Petra se le hizo un
mundo, ella estaba acostumbrada a enjabonarse el rostro todas las mañanas con
agua fresca y su Heno de Pravia, a veces una colonia suave. Los perfumes le hacían
toser, la mareaban.
- Déjalo hija- se atrevió
a decir- se nos hará tarde.
- Pero mamá, venga,
¿quién nos espera? - dijo Susana agarrando fuerte el brazo de su madre y
llevándola al stand de Ives Sant Laurent.
- Buenos días, ¿puedo
ayudarles? – les dijo una mujer con rostro impecable de imperfecciones y gestos
con alergia a la cercanía
- Sí por favor, queríamos
probar Opium, mi madre no lo conoce y quería darle ese placer.
La dependienta abrió con
gestos precisos un frasco y dirigiéndose a Petra le dijo
-
Acérqueme su muñeca.
Petra se ruborizó, se
desembarazó del brazo de su hija y comenzó a desabrocharse el resto del abrigo.
Si se lo quitaba del todo sería un engorro llevarlo, en su mente apareció un
campo nevado.
-
Mamá, ¿en qué piensas? - oyó que decía su
hija
-
No hace falta que se quite el abrigo -
indicó la dependienta.
De
pronto Petra escucho su voz que decía “Si no me lo quito reviento” y se
encontró con el abrigo en el brazo
-
¡Mamá por Dios! - dijo su hija con rostro
contrariado
Petra
erstiró el brazo hacia la mujer como si fuesen a ponerle una inyección, la dependienta pulverizó el perfume en la
muñeca de Petra y le indicó con gesto grave que esperase un poco.
Susana
trataba de sonreír. Petra encontró con su mirada unos frascos en forma de falo,
se quedó obnubilada.
-
Venga mamá, huélelo, a ver. Sublime – dijo
Susana acercando su nariz al brazo de su madre.
Susana
cogió de nuevo el brazo de su madre y la arrastro fuera del stand. La
dependienta observó cómo se iban con gesto imperturbable
Petra
sentía el peso del abrigo en su brazo, de pronto se acordó de las llaves y
quiso parar para cerciorarse de que seguían en su sitio.
-
Espera hija –se atrevió a decir- Tengo que mirar una cosa.
Paró
en seco, buscó el bolsillo del abrigo y ahí estaban, las tocó y respiró hondo.
-
Vamos mamá, venga- dijo su hija dirigiéndose hacia las escaleras
mecánicas.
Petra
se puso la mano en el estómago en cuánto vio las escaleras. De pronto Susana se
detuvo y exclamó
-
Oh, siempre me ha gustado verlos –-y
señaló algo que brillaba, Petra no pudo distinguir bien pero respiró aliviada al
verse arrastrada hacia otro lugar. Todo menos las escaleras.
De
pronto se vio rodeada de ostentación. A su altura un mostrador de cristal
repleto de frascos de colonia, los
cierres de ellos todos dorados y con forma de animales, una pantera con ojos verdes
de topacios que la miraban, un elefante con diamantes por colmillos, el tigre
que rugía para mostrar el marfil de sus caninos, la jirafa con rubís por su
cuello.
-
Mamá, no es increíble tanta imaginación.
A
Petra se le torció un poco el labio, se vio dando de comer a los conejos en la
granja, vigilando las vacas que pastaban por las colinas aquellas mañanas de
frío, preparando los corderos para que los esquilaran y palpó las llaves de
nuevo.
-
Mamá, te estoy hablando- dijo Susana
mirándola de frente- ¿Qué animal elegirías tú?
-
Yo ya tuve bastantes animales de
jovencita, hija.
-
A veces pienso mamá que nunca has leído un
cuento –respondió su hija con mirada de desdén
-
Pues mira hija, es verdad, de pequeña no
me leyeron ninguno, bastante tenía con hacer faenas en la granja.
-
No hagamos un drama mamá, creo que pediré
uno de estos para mi cumpleaños, será difícil elegir.
-
Haz lo que quieras. Todo son caprichos. Vamos
al ascensor y acabemos de una vez
-
¡Ay mamá, cómo eres!, venga, disfruta un
poco, pon imaginación a las cosas, todo no va a ser siempre dos y dos son
cuatro.
-
Pues sí hija, es lo que a mí me enseñaron.
-
Vale, vale, no te enfades. Dame tu abrigo
que te debe pesar y subimos ya a la tercera planta.
-
No, el abrigo lo llevo yo- dijo Petra
palpando el bolsillo y sintiendo las llaves en su interior.
-
Que tozuda eres. Anda vamos- Petra se dejó
coger del brazo y de pronto se encontró detrás de una mujer que iba a subir a
las escaleras mecánicas. Dio un paso atrás y chocó con un joven. Perdón,
perdón, logró decir. Notó un estirón del brazo y se vio subida en esas
escaleras. Comenzó a sudar y se imaginó corriendo por el bosque tras un rebeco.
-
Te has quedado muda mamá. Ya llegamos- oyó
decir a su hija.
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