miércoles, 11 de marzo de 2020

RELATO ACCIDENTE

Habían discutido como todas las mañanas. Qué este jersey no me lo pongo, que ya lo llevé ayer. Que con los vaqueros, las zapatillas han de ser  blancas, qué si esto…, qué si aquello… Todos los días la misma cantinela. Por muy temprano que se levantara, llegaba con el tiempo justo, o no llegaba, a la parada donde tenía su parada el autobús del colegio, y siempre por culpa de los cambios de ropas, de zapatos o incluso de pelo. Hoy quiero coleta y mañana lo llevo suelto… todos los días era lo mismo, más o menos. Saben, ella y su madre que Anselmo, el chofer, se detiene pocos minutos si no está Cristina en la zona de recogida. Cuando llega, si no ve a la niña esperándolo, sin tan siquiera parar el motor, se larga rápido. Así era.
Irene salía todos los días con  los nervios alterados por culpa de la pequeña. Bueno no tan pequeña. Estaba entrando en la adolescencia y todas sus reacciones, quejas y rabietas, resultaban insoportables. Hoy, no era distinto al resto de los días. Pero si hoy perdían el autobús, no la podría acercar al colegio con su coche, como tenía por costumbre hacer cuando esto ocurría.  Irene hoy tenía una cita muy importante. Una cita que le reportaría muchos beneficios a nivel laboral y además un plus económico también importante. Así que un poco más irritada que otros días, obligó a la niña que saliera a la calle con lo que ella consideró lo más adecuado.
--Ya está bien de contemplaciones, piensa en tu madre aunque sea por una vez y no solo en lo que te pones de modelito— le dijo Irene.
Salieron muy deprisa. La madre empujando a la niña literalmente para que apurara sus pasos. Cruzaron el paseo que las separaba de la calle donde tenía la parada el autobús. Cuando estaban llegando, lo vieron detenido en el sitio habitual, aunque en ese mismo instante, empezaba a moverse. Consumidos seguramente  los minutos de espera, iniciaba la marcha. La distancia  entre el autobús con  la madre y la hija, se fue ampliando en pocos segundos. Ellas, apresuraron el paso de manera inconsciente, tratando de acortar de esta manera  el espacio que las separaba.
--Date prisa Cristina, todavía lo coges, ¡corre!
La niña aceleró aún más sus pisadas hacia la calle con la mochila colgada en su espalda y las zapatillas de última marca, especiales para correr. Miraba al autobús, agitando la mano para llamar la atención de Anselmo, y no vio la moto que llegaba veloz, muy veloz hacia ella. Demasiado rápida para ser un vehículo que circulaba por la ciudad, que rugía como un terremoto y sobre la cual iba sentado un hombre muy grande. Su cabeza era un casco con amplias gafas de sol y su cuerpo un traje de piel completamente negro con unas botas altas claveteadas de chapas brillantes. Apareció de pronto, como un rayo.
Irene estaba en la acera parada, desde donde había animado a su hija a correr. Esperaba comprobar desde allí, que Cristina conseguía detener el bus, subir en él y alejarse hacia el colegio. Seguía sin moverse, de pie, inmóvil, cuando la niña fue arrastrada varios metros, muy cerca de ella, por la rueda delantera de la moto, dejando durante el recorrido, una zapatilla y jirones de la falda plisada a cuadros rojos y azules. La mochila en cambio, no se separó de su cuerpo. Fueron el cuerpo y la mochila un amasijo de libros, tela y sangre desparramados sobre el asfalto. El estruendo del golpe, el chirrido de las ruedas, el frenazo de los coches próximos al motorista, y hasta el autobús --todavía a poca distancia--  que al oír  el golpetazo se detuvo, originaron tal caos en la circulación que  nadie de los que se encontraban próximos sabía hacia dónde dirigirse. El motorista, sin ayuda, se puso en pie, parecía no tener lesiones importantes. El casco seguía en su cabeza, al igual que las botas permanecían en sus piernas. El traje, roto. La moto, en el suelo, no parecía tener consecuencias graves. Las ruedas seguían girando veloces, aunque no avanzaba. Como una bestia agonizante panza arriba, solo los hierros de los ejes retorcidos y el depósito de la gasolina roto, evidenciaban roturas. Un pequeño riachuelo del combustible se desplazaba hacia la niña que no se movía.
Toda la escena ocurrió de manera muy, muy rápida. Irene, no tuvo tiempo de reaccionar, quedó petrificada. Cuando empezó a caminar hacia el asfalto, con una decisión no consciente, sus manos habían tirado al suelo  la cartera, y el bolso  y los brazos se agitaban descontrolados hacia el infinito, igual que los gritos que salían de su garganta. Los pasos desordenados, hacia la calle. La detuvieron con dificultad varias personas que habían sido testigos de todo lo ocurrido, tratando de que no se acercara a la niña que seguía sin dar señales de vida. Varios móviles se activaron. Pronto se oyeron sirenas próximas. Ambulancias, policías y gente que a su vez trataban de dispersar a los curiosos que rodeaban a Irene desfallecida en el suelo.

Han pasado tres meses. Irene, se ha familiarizado con las batas verdes y con las interminables noches ante una pantalla que le indica cada hálito de vida de Cristina. No sabe qué futuro le espera, pero sabe que hay personas detrás de cada puerta de quirófano, detrás del control de los monitores, dentro de cada habitación. Personas que intervienen, personas enfermas y personas que no lo están, pero sufren. No acaba de entender la manera de contabilizar el tiempo dentro del hospital. No sabe si está esperando que la vida de su hija se prolongue o que se acorte el tiempo de su muerte. No entiende de prisas ni de esperas. Ha empezado a ser paciente, aunque ella no está aparentemente enferma. Solo sabe que está allí acompañando a lo que queda de su hija después de las amputaciones, después de las repetidas e infructuosas  despedidas, de las reconciliaciones siempre metafóricas y nunca asumidas.
Con frecuencia vuelve hacia el pasado. Y ese recuerdo le acarrea dolor. Dejar volar su pensamiento, --que en ocasiones no controla--, es más fuerte que ella. Esa introspección consigue transformar, muy a su pesar, el acompañamiento en tormento, en pesadilla, en recriminaciones. Siente que una soga cada vez más pequeña se estrecha sobre su cuello y se resigna. Ya todo está admitido. No existe nada que la pueda perturbar

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Grandes superficies es un reto de escritura. Un reto asumido, pero no fácil. Existen muchos tipos de superficies. Unas reales, físicas, es...