VIAJES
A la tercera va la
vencida, me dije después de darme cuenta de la empanada que me había metido Irene,
la jefa de planificación. Tenía que apretar los dientes para que no sintiese mi
rabia cada vez que me cruzaba con ella en los despachos o por los pasillos. Si
creía que a partir de ahora yo iba a jugar a medio gas estaba muy pero que muy
equivocada. Yo ya no me iba a meter en un charco, nunca más, directa bien
directa, yo corría a por el gol de la honra. “Irene entérate bien, voy a por el gol de la
honra”, me decía en el autobús visualizando
la escenita del desastre, ella con su desparpajo
tirándome la culpa del error de la facturación ante el director. Mentirosa, más
que mentirosa. El cero se le fue a ella, un cero de menos en una factura, eso significó
pasarlas canutas en todas las nóminas durante un mes y casi casi mi despido.
Llegaban las vacaciones
navideñas y yo debía arañar segundos. Irene era maquiavélica, siempre con la
caña preparada, todo para ser la imprescindible, para subir puestos en el organigrama
de la empresa. Yo sabía lo que más le gustaba, fardar de sus vuelos y viajes,
tantos y tan variados. En esos días, en los que se instalaba en paraísos extraordinarios,
el juego era a medio gas, ella no sabía alejarse del todo, no podía vivir sin desequilibrar
el marcador, por eso sus mensajes seguían apareciendo en el móvil de la
empresa, no por asuntos laborales sino para contar lo imprescindible que era
para sus nuevos amigos que siempre conocía. Siempre era todo fabuloso, siempre,
ella y luces brillando alrededor.
Si yo ya las había pasado canutas ahora ponía
en juego mis mejores labores defensivas. Hice un tententieso y llamé al
despacho del director, le comenté que Irene se había dejado en casa los
planteamientos últimos y esenciales para la planificación de la campaña del
susodicho cliente. Tenía miedo de meterme en un charco pero no me quedaba otra.
Después de dejar vociferar al director le convencí para que me dejase ir a casa
de Irene, la llave no iba a ser un problema, comenté que Irene la dejaba siempre que se iba de viaje debajo del felpudo, las pasé canutas cuando sugerí
que me acompañase alguien, su respuesta fue al momento afirmativa.
Me sentía casi con un
guante en el pie, agarré, con la excusa de comer luego juntas, a la jefa de
Recursos Humanos, Jacinta, y allá que nos fuimos con un taxi. Al llegar, levantar el felpudo y no haber nada, noté que Jacinta
me miraba mal, espera le dije y pensé para mis adentros, ahora me saco la
espina, comencé a tocar el timbre con insistencia, ¿qué haces? me decía
Jacinta, ¿estás loca?. Estaba a punto de sentenciarse el partido, ante su sorpresa
la puerta se abrió y apareció una Irene en
camiseta, resacosa, maloliente, sucia, medio
dormida. Se podía divisar el salón lleno de botellas vacías, el hedor de la
cocina llegaba hasta nosotras.
Sacar petróleo, lo había
conseguido. Mi intuición ganó. Los viajes y sus amigos nunca habían existido. La
victoria había sido muy trabajada. Tendría que cambiar de espacio para tomar el
pelo. Yo trabajaría tranquila y sin pelotazos que esperar, por fin me había
sacado la espina.
Pero pensándolo bien, ¿no
necesitará a alguien que le eche una mano, que le haga labores defensivas? . Al fin y al cabo se acercaba la Navidad. No sé si el partido está cerrado, no sé.
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