domingo, 24 de noviembre de 2019


VIAJES

A la tercera va la vencida, me dije después de darme cuenta de la empanada que me había metido Irene, la jefa de planificación. Tenía que apretar los dientes para que no sintiese mi rabia cada vez que me cruzaba con ella en los despachos o por los pasillos. Si creía que a partir de ahora yo iba a jugar a medio gas estaba muy pero que muy equivocada. Yo ya no me iba a meter en un charco, nunca más, directa bien directa, yo corría a por el gol de la honra.  “Irene entérate bien, voy a por el gol de la honra”, me decía en el autobús  visualizando la escenita del desastre,  ella con su desparpajo tirándome la culpa del error de la facturación ante el director. Mentirosa, más que mentirosa. El cero se le fue a ella, un cero de menos en una factura, eso significó pasarlas canutas en todas las nóminas durante un mes y casi casi mi despido.

Llegaban las vacaciones navideñas y yo debía arañar segundos. Irene era maquiavélica, siempre con la caña preparada, todo para ser la imprescindible, para subir puestos en el organigrama de la empresa. Yo sabía lo que más le gustaba, fardar de sus vuelos y viajes, tantos y tan variados. En esos días, en los que se instalaba en paraísos extraordinarios, el juego era a medio gas, ella no sabía alejarse del todo, no podía vivir sin desequilibrar el marcador, por eso sus mensajes seguían apareciendo en el móvil de la empresa, no por asuntos laborales sino para contar lo imprescindible que era para sus nuevos amigos que siempre conocía. Siempre era todo fabuloso, siempre, ella y luces brillando alrededor.

 Si yo ya las había pasado canutas ahora ponía en juego mis mejores labores defensivas. Hice un tententieso y llamé al despacho del director, le comenté que Irene se había dejado en casa los planteamientos últimos y esenciales para la planificación de la campaña del susodicho cliente. Tenía miedo de meterme en un charco pero no me quedaba otra. Después de dejar vociferar al director le convencí para que me dejase ir a casa de Irene,  la llave no iba a ser un problema, comenté que Irene la dejaba siempre que se iba de viaje debajo del felpudo,  las pasé canutas cuando sugerí que me acompañase alguien, su respuesta fue al momento afirmativa.

Me sentía casi con un guante en el pie, agarré, con la excusa de comer luego juntas, a la jefa de Recursos Humanos, Jacinta, y allá que nos fuimos con un taxi. Al llegar, levantar el felpudo y no haber nada, noté que Jacinta me miraba mal, espera le dije y pensé para mis adentros, ahora me saco la espina, comencé a tocar el timbre con insistencia, ¿qué haces? me decía Jacinta, ¿estás loca?. Estaba a punto de sentenciarse el partido, ante su sorpresa la puerta se abrió y apareció una  Irene en camiseta,  resacosa, maloliente, sucia, medio dormida. Se podía divisar el salón lleno de botellas vacías, el hedor de la cocina llegaba hasta nosotras.

Sacar petróleo, lo había conseguido. Mi intuición ganó. Los viajes y sus amigos nunca habían existido. La victoria había sido muy trabajada. Tendría que cambiar de espacio para tomar el pelo. Yo trabajaría tranquila y sin pelotazos que esperar, por fin me había sacado la espina.
Pero pensándolo bien, ¿no necesitará a alguien que le eche una mano, que le haga labores defensivas? . Al fin y al cabo se acercaba la Navidad. No sé si el partido está cerrado, no sé.

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