lunes, 18 de noviembre de 2019

DIARIO


DIARIO
Lunes 11 de noviembre 2019
Hoy es el día D. El día después de… el primer día de la primera semana de frío… el primer día que un líder de un partido político dimite (?)… el primer día donde se empieza, otra vez a cantar "el cara el sol". El primer día del resto de los días que me quedan por vivir.
Como todos los lunes ando expectante hacia el taller de escritura. Es un recorrido, aunque no  cotidiano, hecho con frecuencia desde hace muchos años, casi cincuenta. Al entrar en la biblioteca, me envuelve el silencio compañero inseparable de los libros.  Un hombre mayor, frente a la pantalla del ordenador, contempla el resultado de las últimas elecciones en un mapa de España. No sé si está contento o apesadumbrado. Yo feliz de hacer este recorrido hoy, desde mi casa a la biblioteca y segura de que muchos de los que viven en el barrio están contentos. Yo no.
Lo más excepcional de mi barrio es una pareja de vagabundos que llevan tiempo viviendo en la calle. Sorprendente, pero cierto. En un banco recién pintado, pasan su vida sin pedir nada ni entrometerse con los habitantes del barrio. En algunas ocasiones, ellos se insultan. Cuando lo hacen, sus voces resuenan estruendosas recorriendo la calle. Dice la gente, que es un buen barrio, tranquilo. Hoy al ver a este hombre y esta mujer, no sé si están contentos o pesarosos. No se maldicen, siguen sentados en su banco con las miradas vacías. Una nota de color en el barrio.
Martes 12 de noviembre
Los martes bailo. También los jueves, durante hora y media. Esta mañana hemos celebrado con Abel, nuestro profe y experto  danzador, su aniversario. Un buen tipo, liviano, sofisticado a ratos, de buen humor siempre. Le preocupa la gente marginada, discapacitados del tipo que sean, con los que suele compartir coreografías. Tiene menos años que la mayoría de nuestros hijos. Me refiero a nosotras, sus alumnas. Las que bailamos felices, copiando sus pasos y tratando de llevar el compás con los ritmos que ocupan los dos espacios, el real y el proyectado en el espejo. De cuando en cuando, un hombre o dos, en la última fila trata de igualarnos, pero pese a sus esfuerzos, no lo consiguen.
Hoy por la tarde, he ido al cine. A llenarme de tristeza con la última película de Ken Loach. El Guión de Paul Laverty, marido de Iciar Bollaín. Y como es habitual en estos dos directores, siempre nos ofrecen una historia social, comprometida y crítica. Esta última cinta, (Sorry we missed you) me  produjo una grieta en el alma, cerca del corazón, en las mismas entrañas. Sensaciones  transmitidas por la magia del cine con falsa imágenes que nos atrapan y el secreto de las palabras que cuentan historias inventadas o no..
Al volver, ya cerca de casa, he visto por la acera un enano. Un hombre diminuto. Llevaba un perro, no sé qué raza, sujeto con una correa y era mucho más grande el perro, que el hombre. El animal acompasaba sus pasos a los de él y la imagen impactaba por lo inusual. He salido de un mundo de silencios oscuros y sin pretenderlo he entrado, al recordarlo, en el onírico mundo de Fellini. Día de contrastes, día de cine.
Me recibe en casa, la pequeña Pía reclamando atención. Hoy no hemos compartido demasiados mimos, travesuras, ni desencuentros. Necesarios éstos, para que me deje teclear de forma ordenada las palabras que preciso. No sé si acertadas o no, pero necesarias. Ronronea.
Miércoles 13 de noviembre
Un mensaje mal leído, me lleva al Hospital Clínico cuando lo correcto era ir al Hospital General para asistir a una conferencia sobre inteligencia emocional. Por supuesto ni siquiera me lo planteo, está demasiado  lejos. Había decidido, después de la charla, acudir paseando al Museo de Bellas Artes donde hoy comemos el grupo de la Nau Gran. Ante el error cambio los planes.
Una ligera lluvia en pocos minutos ha conseguido agrisar el asfalto. Muchos paraguas surgen por todas partes y la gente camina rápida bajo sus cúpulas de colores. Decido arriesgarme y pensar que serán pocas gotas, como así ocurre. Me dirijo en autobús hacía las Torres de Serranos y desde allí, caminando hacia el IVAM, siempre interesante, y que desde hace mucho no visito. La exposición más atractiva en este momento, es sin lugar a dudas, la de Dubuffet. No recuerdo que su obra haya estado nunca en Valencia. Su lenguaje artístico, dentro del movimiento conocido como Art Brut, nunca me ha atraído demasiado. Es cierto que aportó  una visión nueva y muy distinta a los planteamientos del arte, pero al leer sus manifiestos, me reafirmo en lo que siempre me ha parecido. Un Nihilista empedernido que niega absolutamente  "todo" y principalmente las palabras, la escritura. Aboga por la oralidad, según él, tiene una mejor comprensión. (Depende)
En cambio he descubierto, en otra sala, obra de Julio González que no conocía. Creo que la historia no ha  valorado suficientemente su obra. Ocurre con frecuencia  en el arte. Al salir a la calle luce un sol espléndido y el paseo hacia la comida en el antiguo Pio V, resulta muy agradable. Me encanta el sol.
Jueves 14 de noviembre
Como el martes, hoy también bailo, sudo, olvido mis años…  aunque siempre, en estas circunstancias, me recuerdan los que tengo.
En mi casa están comunicados dos pisos por una escalera de caracol. En el de arriba habitamos y  el de abajo está lleno, muy lleno, de cuadros, libros y trastos que necesito para trabajar la pintura, el dibujo, técnicas varias. No creo tener el "Síndrome de Diógenes", pero lo dudo cada vez que hago limpieza del estudio a fondo.
En el espacio más amplio de este piso, tengo una mesa en ángulo recto donde está el ordenador, algunos papeles con notas, carpetas y un montón de disquetes. También con un cierto desorden. El tabique más próximo, cuando me pongo a escribir en esta habitación, lo comparto con el piso de enfrente. Nos une el rellano. En mi piso-estudio suena con frecuencia Radio Clásica, un dial fijo en la radio, que según el vecino psicólogo del piso de más abajo está en muchas ocasiones demasiado fuerte.  Siempre que me llama la atención por el excesivo volumen dice que le gusta, pero no le parece correcto que se oiga, cuando tiene sesiones. Así que la quito. Cuando no hay música, o sea cuando hay terapia psicológica, silencio total. Sólo las teclas del ordenador.
Por la tarde, al bajar al piso y a través de la pared, he escuchado una voz de hombre en tono muy fuerte y muy agrio. Aunque no se distinguían con claridad sus palabras, sí que sonaban a insultos y desaprobaciones. Luego una voz de mujer contraatacaba, pero no demasiado. Me ha parecido terrible oír y no ver a los "contrincantes", pero la cantidad y el tono, eran de manera muy clara, masculinas. Me acordé, inmediatamente, de Siri Hustvedt y sus recuerdos sobre el piso de estudiante que habitaba en New York, compartiendo tabique con su vecina Lucy. Me hubiera gustado tener como ella un estetoscopio para poder escuchar y escribir lo que escuchaba. Naturalmente, esto sugerido por la lectura este verano de "Recuerdos del futuro". Además, a los vecinos los he visto en algunas ocasiones, no demasiadas, y supongo que no darían tanto de sí como a ella le dio Lucy hablando sola. Raritos me parecen. Bueno rectifico, como muchos, un matrimonio más que guarda apariencias.
Viernes 15 de noviembre
Ayer escribí a primera hora de la tarde antes de irme al  Palau de les Arts. Tengo un abono desde hace  años para diez audiciones de la Orquesta de Valencia y como están restaurando el de la Música, han decidido hacerlos en el Auditorio del otro Palau. Es el segundo concierto al que voy y como el primer día, me puse de los nervios. La música muy bien, pero lo demás todo fatal, desde Calatrava hasta las butacas, pasando por lo que llaman la cafetería. Así que empiezo a escribir recordando un poco el ayer.
Hoy vienes, he tenido poca actividad. Además la semana ha estado completa con poco tiempo para escribir. Se completan las actividades con marido y casa que incluyen "mis labores", según decían los documentos de aquella época  ya lejana, afortunadamente.
Esta mañana he ido a la peluquería. Mi única salida hoy. En verano y con buen tiempo me  lavo el pelo en casa cuando la ducha, pero ahora, prefiero que me lo laven y me masajeen. Y si a la salida me encuentro a alguien conocido, mejor conocida y me dice: vienes de la peluquería, a qué sí. Me voy a casa tan contenta por lo guapa que me ha encontrado la vecina del barrio.
Pero hoy, ha resultado interesante la peluquería, además de por salir mejorada. He oído a dos mujeres que hablaban y me ha sorprendido escuchar una frase, que suena a tópico, a título de libro o ha diagnóstico de psicólogo. Todo puede que pueda ser. "El hombre en busca de sentido" es el  título del libro al que me refiero. Escrito por un psicólogo llamado Viktor Frankl. En la conversación, sin pretender escuchar, pero inevitable no hacerlo, se hablaba de alguien joven, no importa si chico o chica, que desesperado de la vida había querido quitársela tirándose desde la ventana, supongo que de su casa, situada en un primer piso. La poca altura de la caída ha provocado que actualmente esté en una silla de ruedas y sea dependiente total. Este suicidio frustrado, la ha devuelto, si alguna vez las tuvo, las ganas de vivir. Actualmente es una persona feliz y ha encontrado su sentido en la vida, decía la mujer. Le habían ayudado a encontrarlo, el sentido, otras personas en iguales o parecidas circunstancias. Se supone que todos debemos buscarlo, según el psiquiatra. O al menos  que tratemos de hacerlo, para ser más felices.
Al cursar tercero  del itinerario de psicología en la Nau Gran, he aprendido (aunque sin exámenes) mucho sobre el ser humano, o sobre el cerebro del ser humano (y de otros animalitos). Sus posibles alteraciones, desvaríos, psicosis, enfermedades, neurosis, manías… y un montón de etcéteras más. Interesantes todos, múltiples y variados. En realidad es la esencia de los humanos, la pluralidad. Y según Frankl debemos encontrarle sentido a la vida dentro de esa variedad.
Sabado 16 de noviembre
Salimos mi hijo Diego y yo temprano hacia Javea. Él tiene varias cosas que hacer. Unas, relacionadas con el aceite que produce y que distribuye personalmente y otras, con los otros placeres de los que se ocupa. Huerto, del que cogemos distintas verduras y frutas. Gallinas, cuya producción de huevos nos permite disfrutar  de los realmente ecológicos. Y otros que hoy hemos compartido, como no tener el agobio del tráfico que sufrimos en verano, el almuerzo en el Mercado del pueblo, con variedades típicas de la zona, todas buenísimas,  y más tarde después de haber resuelto  él sus cosas y yo las mías, una frugal comida en la playa con el sol de la tarde arañando ya el horizonte, resguardados del viento y rodeados exclusivamente por extranjeros. Hablamos mucho y es un disfrute añadido.
Volvemos a media tarde. Yo cansada,  pero satisfecha por todo. Aunque mi ocupación principal, nada interesante. Simplemente reorganizar la casa después de haber pasado por ella mi hija, una amiga y cuatro niños el fin de semana largo a principio de noviembre ¡Increíble lo que hicieron en tres días!
Domingo 17 de noviembre
Todo el día en casa, escribiendo, corrigiendo, y poco más. Se agradece este sosiego ya  habitual los domingos.
Pía, la gatita, no parece notar diferencias en los días de la semana.  Poco a poco controla. Tanto, que el encontrar algo nuevo es una fiesta para ella. Saltos, cabriolas en el aire, sorpresa por un ruido inesperado y prolongadas siestas arrebujada  en un sillón constituyen su incipiente vida. Vida gatuna al fin y al cabo.
Anochece muy rápido acortándose por días la tardes en otoño.

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