Suena
el despertador cuando todavía es de noche. Una vez más el insomnio tozudo hizo
acto de presencia. Mateo no ha dormido en casa. Su lado vacío en la cama,
evidencia lo que hace ya tiempo es evidente, una crisis incurable se ha
instalado en nosotros desde hace un tiempo y nuestra convivencia se resiente. Las ausencias, tanto físicas como mentales, cada
vez son más frecuentes. Antes hablábamos.
Ahora, las palabras se encuentran perdidas,
ocultas por los rincones de nuestra casa. Necesito oír ecos con sonidos de
voces, aunque sean las mías.
He
llamado un taxi. En pocos minutos lo tendré en la puerta y ahora, mi viaje es
lo único que debe importarme. Al salir a la calle, el frescor de la madrugada me
despeja. Las farolas, todavía encendidas, proyectan sombras sobre la calzada con
un ritmo irregular a consecuencia del viento que a rachas, presagia un típico
día otoñal. Son formas hermosas, imágenes que recuerdan movimientos de danza, pero
me producen una extraña sensación de ansiedad. Son solo árboles, me digo en voz
baja.
Cuando
llega, el taxista, introduce mi poco equipaje en el maletero con cara de
cansancio y por su actitud, sospecho que no tiene demasiadas ganas de hablar. A mis
observaciones banales, responde siempre con monosílabos. Yo, con mi costumbre
de encontrar respuestas lógicas ante todo, deduzco que se debe al cansancio acumulado
durante las muchas horas que debe llevar sentado en el coche, o todo lo
contrario. Acaba de levantarse y es de los que necesitan ir ajustando su mente a
las circunstancias poco a poco. Además para
él soy una extraña que tiene ganas de hablar demasiado temprano. A la mayoría
de los taxistas no les gusta entablar conversación con los clientes que durante
un corto espacio de tiempo, utilizan su coche. Y también es posible que este
coche no sea suyo y se siente explotado en su trabajo. Aunque hay
días en los que yo también tengo esa sensación. El mío me gusta, es lo que soñé
desde muy joven, pero últimamente cada vez me resulta más difícil llevarlo a
cabo. Hay mucha competencia y nunca sabes lo que te van a encargar. Y siempre, siempre,
hay que demostrar una gran dosis de creatividad, acentuada al mismo tiempo, por
una genial ocurrencia.
Con
todas estas reflexiones instalándose machaconamente en mis pensamientos, y sin
apenas haberme dado cuenta del recorrido hasta el aeropuerto, hemos llegado a
la puerta de salidas. A estas horas el tráfico no ha cobrado protagonismo todavía y la carrera me ha parecido corta, además de silenciosa. Al llegar, la luz todavía
permanece encendida fuera y dentro del edificio, dándole un aspecto más
grandioso del que en realidad tiene. Es un aeropuerto pequeño y cómodo. Al
entrar en el vestíbulo, me sorprende ver
tanta gente, no es lo habitual a estas horas. Siempre que voy a Roma suelo coger este horario de vuelo y lo hago con bastante frecuencia. Por
eso mi extrañeza.
La
Agencia Publicitaria para la que trabajo, se encuentra en Italia y tienen su
sede central en Roma. Hoy tengo una reunión muy importante, organizada principalmente,
para establecer reajustes entre los colaboradores. Desde hace muchos años, llevo el
proyecto completo, incluida su identidad corporativa, de una marca de
cosméticos internacional. Mi cometido, el de fortalecer por medio del diseño los
principales valores de la firma, siempre ha sido muy bien aceptado, pero ahora peligra
mi continuidad con los nuevos reajustes. Pretenden tener un equipo multidisciplinar
coordinado por una sola persona, y yo soy la más capacitada para ese cargo, pero
dudo que pudiera hacerlo como ahora,
desde Valencia. La circunstancia de tener que vivir en otro país, creo que alteraría
mi vida considerablemente y no me encuentro, a mis años, con las energías necesarias
para este reto. Cuando se es joven y estás en el comienzo de una carrera
profesional con futuro, no titubeas en
absoluto, te lanzas sin dudarlo. Yo lo hice entonces, pero ahora, aproximándome
a los cincuenta…, estoy preocupada.
Aunque
podría ser un cambio acertado para solucionar de una vez por todas, mi relación
con Mateo, que no tendría por qué
alargarse más de manera absurda. Cada vez somos más incompatibles.
Debería ser yo la que planteara la separación y no darle el gustazo de que
todos me consideren abandonada. Y también debería tener clara la voluntad de residir en Roma.
Pero para eso, debo afianzar mi trabajo en la Agencia, esto es fundamental y
sobre todo imprescindible para poder tomar todas estas decisiones. Significaría
un cambio radical en mi vida, y sobre todo, mejoraría mi estado de ánimo, bastante
deprimente en estos últimos meses. Mateo y mi trabajo, los dos, en la cuerda
floja.
En
el mostrador de Ryanair, la compañía que siempre utilizo, están atendiendo a
mucha gente que guardan su turno formando una hilera. En medio de la sala hay carros metálicos abandonados
y sobre ellos, montones de maletas aparentemente sin dueño. Oigo voces con
acento italiano que atraen mi atención, al tiempo que gesticulan agitando sus manos. En otro grupo que
parecen alemanes, discuten entre ellos, aunque no parecen entenderse. Como no
tengo que facturar equipaje y llevo la tarjeta de embarque, decido no preocuparme del ambiente extraño que se percibe
y voy dirigiendo mis pasos hacía la
terminal que me corresponde, como todas, en la primera planta. Allí unas
azafatas de tierra, controlan las entradas, aunque me sorprende ser yo la única
que accede en este momento.
Dejo
mi maleta sobre la cinta trasportadora, después de sacar el ordenador portátil
que deposito en la bandeja junto a una pulsera que suele pitar bajo el arco de
detección de metales (regalo de Mateo) y
el bolso de mano, del que extraigo previamente el móvil que dejo con los demás objetos. Una vez
pasado el trámite y agradeciendo que no me hayan hecho quitar los zapatos, ni
abrir el bolso de bandolera. Con todo, maleta y bolso debidamente cerrados, me
dirijo hacia el embarque en la Terminal de Vuelos Internacionales, aunque desde
este aeropuerto es un tanto irrisorio el letrero. Siempre para vuelos más
largos hay que hacer transbordo en Madrid o Barcelona.
Hasta
este momento no había mirado hacia el fondo de la sala. Al hacerlo, me detengo
bruscamente y me quedo petrificada por lo que veo: está atiborrada de gente. No
entiendo qué pasa. Las mesas de las dos cafeterías que están funcionando, se
encuentran totalmente ocupadas. Algunas, con familias enteras, otras, con jóvenes
consultando el ordenador. También los sillones, separados a cierta distancia,
acogen, tirados literalmente sobre ellos, un número considerable de personas adormiladas. Más alejados, tumbados
en el suelo y tapados con anoraks, varios jóvenes durmiendo con las cabezas
sobre sus mochilas a modo de almohadas. Parecen un equipo deportivo por la
semejanza de sus ropas.
Algunas
luces del altísimo techo parpadean. Desde la distancia se asemejan a
relámpagos. Son el complemento perfecto al ambiente hostil y de abandono que se
respira en esta zona del aeropuerto. Noto un ligero vahído; debería tomarme un
café con leche antes de embarcar. Me acerco a la barra de una de las cafeterías
y en ella hay dos mujeres tomándose una infusión, aparentemente relajadas.
Llevan ropas ligeras, pantalones amplios y zapatillas cómodas. Dudo que sean
españolas, pero les pregunto si saben qué está ocurriendo en este aeropuerto,
normalmente tranquilo.
—Sí,
las huelgas. Desde ayer tarde, se han anulado muchos vuelos previstos a Roma y
no son claros los que salen hoy. Hay que ser
tranquilos, sin prisa. Decir ayer por televisión.
Oigo
la palabra tranquilos y me entra un escalofrío. Les doy las gracias. Trato de
entender cómo es posible que yo no esté enterada
de la huelga teniendo que coger hoy preciso, un avión. Está claro, estuve todo
el día en el estudio terminando los trabajos que tenía entre manos y acabé muy cansada. Pensado en la dificultad para dormirme, decidí acostarme
pronto y leer un rato, pero ni aún así conseguí descansar, me digo en voz
bajita, pero me lo digo.
Creo
que mejor será buscar a alguien que pueda informarme. Espero no tener que salir
de nuevo. Al recorrer el vestíbulo en sentido contrario, veo en una zona más
alejada, casi en penumbra, un grupo de personas mayores sentadas sobre sus
propios equipajes. Una mujer, de cabellos totalmente blancos y vestido
estampado con flores de colores fuertes, sostiene bajo sus brazos cruzados como
si fuera un niño, un bolso enorme. No para de bostezar. Cuando lo hace,
permanece con la boca abierta un tiempo
que me parece excesivo. Parece estar en éxtasis. No entiendo el porqué, pero me
llama la atención. ¡Carmen reacciona. Tú también estás encandilada! Averigua qué pasa.
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