LENTEJAS
Se puso el viso, las bragas y el sujetador siguieron en el suelo, se puso a caminar por la casa, pensó en el cuchillo, era
pequeño, miró el mazo del mortero, tampoco,
fue por el pasillo, vio un enchufe, pensó en los dedos húmedos, no le
cuadraba, se hacía tarde, la cuerda de tender, abrió el armario de los trastos,
había mucha, recordó que la ferretería del barrió cerró y había aprovechado
para comprar bastante, en el tendedero daba mucho el sol, hacía tiempo que no la usaba,
sí, sería lo mejor. La olla a presión silbó, las lentejas estaban a punto. Él, desnudo, se removió en el sofá, tendría hambre, siguió durmiendo. Remedios apagó el fuego y cogió
unas tijeras, fue donde la cuerda y cortó un trozo, abrió la nevera, pegó un
trago de vino, camino hacia el baño, se miró en el espejo, la cuerda en la
mano. Remedios, se dijo, Remedios, tú puedes. Cogió el pintalabios rojo, salió,
se dirigió hacia el sofá, por el camino miró la olla, el anillo aún no había
bajado del todo, se apoyó en el
reposa-brazos, extendió la cuerda, era roja y blanca, la colocó de golpe en la
garganta del hombre, apretó con fuerza, él lanzó sus manos hacia el cuello, los
ojos inútiles de sorpresa, Remedios convocó a la muerte, acudió, la cogió de las manos y le ayudó, el hombre,
delgado hombre, movía las piernas, Remedios estaba roja y sus dedos parecían
morados de apretar, el cuerpo del hombre daba algún salto, Remedios imploró a la
muerte que no la abandonase, Remedios sintió dolor en el pecho, Remedios pensó que
a la próxima por la ventana, el hombre dejó de moverse, Remedios soltó la cuerda
y lo miró, le dio las gracias a la muerte, cogió el pintalabios y embadurno los
labios del hombre. Respiró hondo, suspiró.
Remedios dejó el cuerpo y fue
al armario de la despensa, lo abrió, miró la lista pegada con celo al lado del
tarro de lentejas, leyó las frases tachadas:
“Tú calla, guarra”
“No sirves para nada, puta”
“Mueve el culo, zorra”
“Me cagüen
so burra, la sopa está fría”
Tachó:
“Mamona, chupa más rápido
o te zurzo”.
Leyó las que quedaban por
tachar:
“Tu puta madre, te la voy a meter hasta el
fondo”
“Cierra la boca, zorra”
“Aquí mando yo, pendeja”
“Tú follas y te callas”
Las lentejas ya estarían,
abrió la olla, se puso un plato, tenía que tomar fuerzas, habían salido buenas,
desde que les ponía un pelín de esas especias marroquíes quedaban más sabrosas.
Mañana, camino del trabajo, le daría las gracias al tendero que se las regaló.
Ahora se merecía una
buena siesta. El guiso de las lentejas siempre la dejaba exhausta.
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