Te cuelga el ramo de flores y no sabes qué hacer con
él. Parar no porque entonces chillarás como una condenada. Correr tampoco
porque chocarás con todo el mundo y acabarás peleándote. Acaso arrodillarte sea
lo más verosímil y pedir consuelo, piedad, bondad a todo aquel que se acerque a
mirarte. No sabes, no sabes nada, no sabes ni tu nombre, primero Marieta, luego
Mari, más tarde, demasiado tarde, María. Ya ha caído un tallo, notas cómo ha
resbalado por tu antebrazo mientras no se te ocurre otra cosa que meterte por
la gran puerta de El Corte Inglés. Te miran, lo notas, sientes en la mejilla
una mata de tu pelo, se habrá deshecho el moño, tantas horas inútiles de
trabajo, te pesa el traje, y eso que no lleva mucha cola, te ves de niña en el
campo repleto de nieve, no haces el ángel, sólo escuchas el silencio, algo te
atrapa. Cuanto bullicio aquí, cuantas cremas y colonias y gafas y pañuelos y
maquillajes y bolsos y relojes y pendientes y limas y carteras y mujer, mujer,
mujer, todo para ti María que eres mujer, todo para ti, saca la cartera y
gasta, pero no puedes, te han hecho el
vestido para que nada lleves encima, todo te lo dará él, el día de San Valentín, el
día de tu cumpleaños, el día de la madre, el día de Papa Noel, el día de los
Reyes Magos. Saca la libreta y apunta qué te gusta, qué quieres, qué necesitas,
qué capricho te llama. No llevas boli, ni móvil, entraste a la iglesia sin él, lo
dejaste encima de la cómoda de tu madre, después de que te peinasen el moño, después
de que te pusiesen el vestido, después de la foto con todos. La primera vez que
vas sin móvil, te paras delante de las gafas, te apetece coger una, desaparecer,
la dependienta te mira con profundidad, no dice nada, tú pronuncias en voz
baja, “préstame una, hazme el favor, ten compasión”, le clamas con fervor de
mártir, ella elije la más cañera, de
concha y patillas gruesas, la de más pelas, te la ofrece con cara de haber llegado a la luna,
te la colocas mientras te caen todas las flores. Por fin sientes un poco de
fuerza, sólo un poco, un poquito como diría quién se inventó Mari, Mari ven
aquí, Mari ve allá, Mari cállate, Mari píntate, Mari que buena eres, Mari.
Sientes que todo el mundo te rodea. Estiras los brazos y se forma un pasillo a
tu alrededor. Vas a la escalera que está en tu campo de visión. Recoges el
largo del vestido y te lo pasas por encima del brazo. Recoger, recoger,
recoger, siempre recoger, recoger la mesa, recoger la compra, recoger los
niños, recoger la casa. Subes a la escalera que ahora es de color naranja. Arriba
por favor, arriba, arriba, te dices a ti mismo, llegas al final y das el salto oportuno que siempre haces desde
que viste en un Informativo a una mujer asiática engullida por el último tramo
de escaleras, estiraba los brazos alzando
su bebé, entregándolo, alguien lo recogió, se veía. Fue un segundo. Ella
desapareció. Nada más se dijo sobre esa noticia. Mutis, diría tu padre. Tantas
cosas mutis. Imagen que durmió contigo mucho tiempo, siempre al acostarte.
Engullida. Céntrate te dices. Te miran,
lo sabes. Alguien te persigue. Una mano que te roza el hombro. Tú avanzas
impasible, ahora entre sartenes, asadoras, cazuelas, ollas, vasos, cuberterías.
Piensas en lo que te dijo tu tía Francisca para que una tortilla a la francesa
salga buena, sólo hay un ingrediente esencial, paciencia. Te sirvió ese consejo,
tú que enseguida le dabas la vuelta aprendiste a esperar, paciencia Mari, paciencia. Decidiste grabarte
esta palabra a fuego en la frente en el primer minuto de este año. Mari, paciencia.
La paciencia de tener que tener una asadora para la carne, otra para el
pescado, ya lo dice tu amiga que es tan cuidadosa en estos asuntos, Mari esta
carne sabe a pescado, paciencia Mari, paciencia. Céntrate vuelves a decirte. Con
pasos resueltos avanzas, tras de ti se oyen murmullos. Te gusta la luz con
estas gafas de sol, más tenue, más ligera, menos blanco. Te pesa el vestido. Te
molesta el corsé que llevas debajo. Ves la olla alta para la pasta, Mari
acuérdate que esté al dente, paciencia, paciencia, la otra olla para la sopa y
la grande para los garbanzos con sepia, acuérdate Mari que lo marrón no es la
caca de la sepia, es el hígado, da mucho sabor. Te dejas los dedos al cortar las
sepias sin limpiar, vienen a comer el padre y la madre de él. Mari, hoy que
salga bien sabroso, no me falles Mari, paciencia,
paciencia. Notas que te cogen del brazo, agitada mueves la cabeza y todo el
moño es ya melena. Te giras, un hombre guapo te retiene entre las sartenes, no
quieres ahora paciencia. Te quitas los tacones con los pies y logras echar a
correr, pasas entre los cuchillos y coges el primero que viene a mano. La gente
se aparta, chilla. Avanzas entre lavadoras, no puedes evitar pensar en tu otra tía, cuando se sentía mal le daba por poner
lavadoras y sentarse delante del tambor, obnubilada.
CONTINUARÁ Y SE REVISARÁ-
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